Tenemos que volver al
pasado para recuperar, con carácter generalizado, la urbanidad y el civismo,
pero no sólo en las aulas, como parece que se quiere conseguir (o se debería
perseguir) con la nueva asignatura de formación ciudadana, sino en el seno de las
familias, de las empresas, de los sindicatos, de las formaciones políticas y
hasta en las comunidades de vecinos.
Urbanidad y civismo no son la misma cosa, pero suelen ir de
la mano. Cualquiera habrá comprobado que aquellas personas que, en el trato social,
se muestran amables y educadas, también se comportan como buenos ciudadanos.
Los chicos que no sólo no saludan cuando se cruzan con vecinos, sino que ni
siquiera contestan al saludo de éstos, lo más probable es que sean los autores
de las pintadas en los ascensores
La urbanidad podría ser un antídoto contra la crispación y
la intranquilidad. Valdría incluso para los políticos. Como el civismo, como el
comportamiento de buen ciudadano, todo lo contrario de quienes hacen gala,
permanentemente, de mezquindad, vileza y grosería. Si ser cortés y caballeroso
es una antigualla, es preciso un esfuerzo de los diseñadores del futuro para
recuperar (como se hace con la moda) esos valores para la pasarela de una
sociedad que ha perdido el norte, el sur, el este y el oeste, o sea, que está desorientada.
Se supone que somos más cultos que nunca, pero no es creíble
mientras reprobemos o perdamos en
urbanidad y civismo, dos asignaturas que hay que implantar de nuevo. Pero ya y
comenzando por la familia y las aulas. Por favor.
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